Se acercan las navidades. Nos lo dicen los anuncios de la TV, los escaparates de los centros comerciales, las luces que cuelgan de un edificio a otro sobre las calles...
Estas navidades van a ser tristes. Lo sé. Son las primeras... Y por primera vez, también la familia se ve forzada a no cenar junta en Nochebuena.
Y parecerá que me uno al afán consumista que se le ha dado a esta celebración religiosa, pero lo que más me gusta de las fiestas es (después de estar con los que quiero) poder regalar... No tanto recibir regalos como hacerlos (y si son hechos, literalmente, aún mejor). Me encanta planear cada detalle, darle vueltas en la cabeza al "¿le gustará?", ver la sonrisa del que recibe... Los regalos parecen tener en navidades su gran oportunidad, su minuto de gloria, su momento mágico. Y sí, todos los años, se los ve venir... Y voy a instaurar una nueva forma... Nada de Papá Noel, ni de Reyes Magos... lo mejor, las lluvias de regalos. (Aquí abajo el microrrelato, para ir abriendo boca).
Lluvia de Navidad.
Todos los años los veo venir. Aparecen por el horizonte, envueltos en papel de colores y batiendo sus lazos de seda roja. Una vez se sitúan sobre la ciudad, en formación de cumulonimbo, se dejan caer.
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