He tenido muchos profesores. Algunos mediocres, otros
pésimos, y unos pocos, los menos, derrochadores. Derrochadores de saber, de
palabras, de emoción, de enseñanza. A los mediocres los he olvidado. De los
pésimos prefiero no acordarme. Y esos pocos que considero PROFESORES, con
mayúsculas; me siguen empujando desde la distancia de los años, con sus
palabras y con sus actos; a crecer, a aprender cada día, a mirar al mundo como
si lo viera por primera vez, a ser mejor persona al fin y al cabo.
De todos ellos, a uno lo considero no sólo mi profesor, mi
maestro, mi mentor, sino que me alegra poder llamarle amigo. Y me siento
afortunada de seguir aprendiendo de él con cada e-mail, con cada café, con cada
palabra, con cada abrazo o con cada ventanita que abrimos a nuestras vidas y a
nuestros trabajos.
El mejor profesor de mi vida, mi PROFESOR; no sólo me enseñó
literatura o sintaxis (cualquiera puede enseñar a sumar). Sus clases eran todo
y eran lo de menos. Eran actitud, y buen hacer. Eran más que clases. Eran un “estoy
aquí” para lo que sea. Porque sentarse frente a los alumnos y soltar el rollo,
y después si te he visto no me acuerdo, puede hacerlo todo el mundo. Él nunca
lo hizo.
El mejor profesor de mi vida me vio, y me enseñó a verme. Me
enseñó que podía (que debía) ser la protagonista de mi propia vida, que hay una
gran escala de grises, que ser diferente es ser especial, que la locura es
divertida y compartida, que sentirse triste no nos hace peores ni más débiles.
El mejor profesor de mi vida me enseñó a amar las palabras.
Me animó a escribir, a seguir escribiendo. Me dio la oportunidad de las letras;
y es cierto que no estaba tan lejos. Me mostró que podíamos, que necesitábamos
escribir para estar (sentirnos) vivos. Me enseñó que se puede, que cuesta pero
se puede terminar una novela. Me ayudó a ver que la dificultad merece la pena.
El mejor profesor de mi vida me ha mostrado lo que es el
amor; sin condiciones, sin reservas, sin desconfianzas y sin reproches. Me ha
permitido asomarme a su vida, a su hogar, y ver que existe, que es real. El
AMOR, también con mayúsculas. Sin darse cuenta, me ha enseñado a amar. A amar
la vida, a AMAR.
El mejor profesor de mi vida me empuja, sin hacer nada, a
querer ser mejor, a ilusionarme, a abrir los ojos, a buscar, a dudar, a probar,
a (son)reír, a CRECER.
¿Qué puedo decir? Que espero haber sido (y seguir siendo)
una buena alumna. Y que gracias. Sobretodo GRACIAS. Porque pienso que los
buenos profesores, como los buenos libros, son capaces de cambiar (mejorar) nuestras vidas. Y eso has
hecho tú con la mía.
Gracias, PT.
Fotografía: 2010 |
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